El verdadero sentido de Los Simuladores: operativo Lampone
La serie parece ser una colección de historias sueltas sin ningún hilo conductor general, más allá del arco parcial de Milazzo. Nada está más lejos de ser cierto.
Los Simuladores es percibida en general como una serie de episodios autoconcluyentes; así es como la presentaríamos si tuvieramos que contarle a algún caído del catre de qué se trata: son unos tipos que resuelven problemas que nadie más puede resolver, y cada capítulo es un nuevo problema. La leve expepción posible está con Milazzo, ese arco que aparentemente es el único que persiste de un capítulo a otro, y que se apropia incluso de toda la segunda temporada presentandose como el personaje que se conduce hacia un objetivo que quiere alcanzar. Santos también tiene un tenue momento donde lo vemos como un personaje con historia, hacia el final de la serie, pero todo su desarrollo sucede muchos años antes de que comience la misma, y no llega a ser más que un pequeño lore de su persona. Más allá de esto, creo que es claro que no se percibe normalmente un arco narrativo para nuestros cuatro paladines de la justicia.
Pero esto es incorrecto, y hay que saber verlo para terminar de entender de qué se trata la serie y, sobre todo, cual es el gran simulacro que ordena todos los demás, conjuntamente con el temor que ello inaugura para quienes saben que un operativo de ese tamaño es posible, sintetizados en la sorpresa que Santos tiene al final de la serie.
Lo primero que hay que tener en claro para armar este rompecabezas es que Lampone es el personaje principal de nuestra historia. Es él quien tiene que transformarse para llegar a ser quien quiere a partir de lo que el mundo hizo de su persona, quien debe superar su traumas para poder conectar afectivamente con otros.
El núcleo del caso que Los Simuladores -un grupo originalmente conformado por Santos, Ravenna y Medina- pretenden resolver está exhibido sobre todo en El Vengador Infantil. Y si es ahí donde se muestra es porque el operativo que llevan adelante estos tres mosqueteros tiene como objetivo hacer que Pablo pueda superar los traumas de su pasado, para lo cual es trascendental que pueda exteriorizar y hacer carne su dolor. Todo el capítulo, el sub-operativo para ayudar al nene fanático de los cómics, funciona como un disparador para que Lampone adquiera el vocabulario necesario para narrarse a sí mismo:
Pasó el tiempo pero yo no me olvido:
por tu culpa ahora tengo trabas para cumplir con las metas de mi vida personal.
Vos hiciste de mí un chivo expiatorio
Lampone cierra este episodio fundamental confrontando con estas palabras (que aprende en la presentación de Medina) a su agresor, aquel que con la rima sagaz y la risa de hienas despertada en los compañeros habría arruido su posibilidad de relacionarse y abrirse afectivamente para con otros, más allá de Betún, un can en el que deposita todo el afecto que sabe dar. Este es el pasaje del segundo al tercer acto del héroe, nuestro Shinji Ikari criado a mate y bizcochitos cuya superación es siempre de las propias trabas.
Toca entonces hablar del primer acto de esta historia; el intercambio que tienen al final del episodio 1 Lampone y Medina acerca de la mujer, víctima del primer simulacro que vemos, a la cual habían manipulado para que vuelva con su marido. A mi entender, el hecho de que sea Medina quien quiere conectar con la mujer no es más que un pequeño amague para ver la reacción de Lampone. Que este sea capaz de disociarse, separar al máximo el trabajo del afecto que puede sentir por la dama, es muestra de que el operativo recién está comenzando, hay mucho que hacer si se quiere lograr que Pablo logre conectar con alguien, cumpliendo las metas de su vida personal.
Medina ocupa luego, a lo largo del operativo parado (un mejor título sería, sin lugar a dudas, ‘‘Operativo parado’’, tanto por la connotación de amor propio que esto implica en sí como por la agregada dado el ‘‘te agachas y te la ponen’’ que tanto daño le hizo a la víctima del operativo) un rol específico respecto de aquello que tiene que incorporar Lampone: su cursilería, la forma en que no teme demostrar lo que siente, la infinidad de lazos sociales que traza con personas, en la peluquería, yendo a Las Toninas o en una juguetería, resultan un contrapunto total a la parquedad y soledad de Lampone, siempre solo con su perro, en la punta de una montaña o viendo algo en la tele.
Ravenna y Santos también tienen una función específica a cumplir como personas frente a Lampone: el primero, a diferencia de Medina, no se aboca a abrir le una nueva sensibilidad sino a, dicho en criollo, medirle la pija usando como metro al propio ethos del transportista. Ravenna nunca tuvo disfunción erectil, encuentra el amor en tres bellísimas mujeres, se levanta a las chicas que Lampone mira con anhelo y lo descubre haciendo el rulo de la g de manera que su virilidad se ve comprometida.
Así como tiene una figura de hermano mayor en el intérprete del grupo, hay un padre en Mario Santos, y Lampone le revela a su terapeuta lo único que desea de él: reconocimiento.
¿Y lampone? ¿Alguien piensa el Lampone?
Y finalmente el final; la redención, el hombre y el amor. No es para nada casual que sea Lampone quien pone fin al grupo, es él quien podía darle término a una unión que siempre se trato de hacerlo llegar a ese punto. Tampoco, a la luz de lo sucedido al final del primer episodio, debería sorprendernos que Lampone se ofrezca a pagar el operativo de su bolsillo con tal de ayudar a la mina que había finalmente despertado su interés: ha ordenado sus prioridades, luego de encontrada ella, y puede por fin destrabarse para dejar atras esa amargura de no saber brindarse al otro, entregar el cuerpo en paralelo al alma. A Lampone ya no le importa el rulito de la g, que si se agacha se la pongan ni tener que poder decir adiós para desarrollarse, ya no hay trabas en su vida producto de un operativo fino y largo -del cual podemos pensar que sus sesiones de terapia no son más que una parte, en tanto sólo lo vemos al personaje allí cuando se trata de ordenar las relaciones laborales, que como vimos ensayan una estructura familiar clásica donde Lampone a su vez supera su propio trauma- que decanta en su propia liberación.
Es por ello que el plano final, donde alguien le pide fuego a Santos, deja a quien planea los operativos, incluyendo este que funciona a gran escala, con un horror incaretable en sus ojos. Sabe que la vida misma es pasible de en realidad estar siendo simulada, que el mundo de un hombre como Lampone es un teatro donde alguien más, para el caso él, es el director de una obra donde el personaje ignora que hay un mundo con otras reglas tras bambalinas. ¿Cómo garantizar la veracidad del mundo cuando todo el arco narrativo de un hombre, siendo él también cercano a la verdad de que en el mundo hay quienes construyen para otros una ficción, no ha sido más que un engaño? Santos tiembla porque le consta y siente en la carne ese viejo temor que Borges plasmaría en el mítico final de su poema Ajedrez:
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?